Posiblemente uno de los periodos más difíciles para los padres, y definitivamente el más complejo para nuestros hijos, la adolescencia es sin duda una etapa de grandes ajustes, en la que se requiere de mucha paciencia, capacidad de escucha y dotes de observación.
Siendo esta la etapa que los prepara para la adultez y para asumir plena responsabilidad sobre sus vidas, en cierta forma, esperamos que el adolescente actúe ya como un adulto. A menudo los padres se sienten desconcertados con la toma de decisiones de sus hijos e hijas adolescentes, con su falta de consideración, sus reacciones desproporcionadas, sus actos impulsivos, sus conductas rebeldes… sin embargo, es importante recordar que esta es una etapa de preparación a la adultez, y hay varios factores que inciden en este “ultimo empujón” que vuelve a los adolescentes “seres imperfectos”.
Investigaciones relativamente recientes confirman que, contrario a lo que se pensaba hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, el cerebro humano vive una segunda etapa de crecimiento intenso (la primera es desde el nacimiento hasta los 3 años de edad) que inicia poco antes de entrar a la pubertad, y se prolonga durante la adolescencia. Según el psiquiatra estadounidense Jay Giedd, el cerebro del adolescente esta “en construcción” hasta el final de la adolescencia, pero contrario a lo que sucede durante el desarrollo del cerebro en la primera infancia, durante el cual se agregan conexiones y neuronas, en esta segunda etapa de desarrollo lo que tiene lugar es algo semejante a una “poda”. De acuerdo a una política de “úsalo o piérdelo”, el cerebro realiza una rigurosa selección de neuronas para reducir, dramáticamente, el numero de neuronas acumuladas durante los primeros años de vida. Esta selección es necesaria para lograr el raciocinio propio de la edad adulta, y afecta ciertas áreas del cerebro más que otras. La corteza cerebral, por ejemplo, sufre un cambio dramático durante este periodo. Algo así como el Gerente General del cerebro, tiene a su cargo control y planeación, memoria de trabajo, organización y modulación de las emociones. Mientras la corteza cerebral no haya culminado su “poda”, los adolescentes tienen dificultades para controlar sus impulsos, razonar y, en general, tomar decisiones acertadas. El cuerpo calloso, encargado de coordinar la información entre ambos hemisferios cerebrales, también se ve comprometido durante la adolescencia; esto se manifiesta específicamente en la adquisición de lenguaje. Las funciones de asociación lingüística se encuentran en su estado óptimo durante los primeros doce años de vida, para luego desmejorar significativamente. Esto explica por qué es más difícil aprender un idioma después de esta edad. El cerebelo, por su parte, se encarga de la coordinación física y de mejorar todas las actividades relacionadas con habilidades de pensamiento de nivel superior, y es otra parte del cerebro que sufre grandes cambios durante la adolescencia. Más determinado por el ambiente que por los genes, el cerebelo del adolescente lo capacita para manejar su compleja vida social y para poder lidiar con varias actividades al mismo tiempo.
Con base en todo lo anterior, podemos imaginarnos a nuestros adolescentes “en construcción”, con muchas de sus funciones emocionales y sociales comprometidas, a la vez que sus habilidades de aprendizaje se encuentran cada vez mas reforzadas. Esto último representa un atributo positivo de “doble filo”. El cerebro adolescente aprende muy bien, pero no es selectivo en lo que aprende. Por ello, el consumo de drogas durante la adolescencia representa un riesgo mayor. Dado que el cerebro adolescente está en constante reestructuración y aprende mucho más rápido que en cualquier otro momento de la vida, el camino a la adicción es más corto y más fácil. Al mismo tiempo, el ingreso de sustancias tóxicas al sistema nervioso, sean estas drogas ilegales (marihuana, cocaína, etc.) o legales (alcohol, cigarrillos), afectará el proceso de reducción de neuronas negativamente, y el desarrollo de habilidades cognitivas y emocionales podría verse seriamente comprometido.
Según esta perspectiva de “poda” o reducción de neuronas, la calidad y la cantidad de actividades que conforman la vida diaria del adolescente tendrán un impacto directo en esta etapa de desarrollo cerebral, con los consecuentes resultados cognitivos y emocionales. En general se puede concluir que un régimen de vida equilibrado, con amplia estimulación intelectual y afectiva, actividad física diaria, así como una dieta balanceada, fomentará un “recorte cerebral” más rápido y eficiente. Como padres, entendemos que nuestros hijos e hijas adolescentes requieren ahora, más que nunca, de nuestra guía y apoyo, en forma de una comunicación abierta (no debe haber tabúes, y es de suma importancia que el adolescente pueda acudir a sus padres con cualquier duda o preocupación), poniendo limites y reglas coherentes y apropiadas para la edad (si bien no son adultos aun, tampoco son niños; los preparamos para la independencia y la autosuficiencia, dentro de sus capacidades y habilidades), y proporcionando estructuras de apoyo que le permitan satisfacer sus necesidades sociales, intelectuales y físicas sanamente.
“Si había un río en el lugar donde crecimos, probablemente lo oiremos siempre.”
Ann Zwinger
No hay comentarios:
Publicar un comentario