Pocas experiencias en la vida de un ser humano tienen un impacto tan profundo como es la llegada de un hijo o hija. A las madres y padres primerizos se les advierte “después de un hijo tu vida ya no es la misma”… Al asumir nuestro rol de padres tenemos que realizar adecuaciones en todos los aspectos de nuestra vida para poder dar cabida a este nuevo ser, al cual nos entregamos con amor y dedicación absolutas. Cambiamos nuestras rutinas de sueño y vigilia, comidas y ejercicios; ponemos mayor atención en el cuidado del hogar, su seguridad e higiene; abandonamos ciertas costumbres de tiempo libre, como el dormir hasta tarde o trasnocharnos con amigos… sin duda, el centro de nuestro universo es nuestro hijo, y todo gira alrededor de esta nueva vida.
Estos cambios son necesarios, ya que nuestros hijos dependen de nosotros y como padres responsables buscaremos crear el entorno mas propicio para su desarrollo.
Sin embargo, es muy importante que este cambio de vida no se interprete como sacrificio y privación del ser “yo” a favor del ser “padre”… como todo en la vida, los extremos nunca son sanos, y la respuesta esta en el equilibrio. Al convertirnos en padres no se anula la persona que somos, ni nuestros sueños, ambiciones, pasiones y necesidades… el ser padre o madre es una faceta más de nuestra persona, y debe incorporarse armoniosamente al resto de nuestro yo. Esto es importante no solo para nuestra salud mental y nuestro equilibrio interno, lo es además para el sano desarrollo emocional y social de nuestros hijos. Padres y madres abnegados y sacrificados no son el ideal – el ideal son padres y madres felices y realizados, que servirán a sus hijos como modelos de felicidad y realización personal. Por lo tanto, nuestra meta ha de ser lograr ser buenos padres, a la vez que somos esposos comprometidos, amigos leales, ciudadanos activos, profesionales responsables y personas con intereses y espacios propios. Recordemos siempre que el tiempo en el cual nuestros hijos nos acompañan es pasajero… nuestra función como padres es, precisamente, prepararlos para que puedan abandonar el nido y emprender su propio vuelo. Cuando esto sucede, algunos padres se sienten solos y no encuentran sentido a su existencia, ya que han vivido exclusivamente “para y por” sus hijos, dejando ahora su partida un doloroso vacío. Esta situación no es deseable, ni para los padres, ni para los hijos. ¿Que podemos hacer para armonizar nuestro “ser padre” con nuestro “ser yo”?
Es muy importante que cuidemos nuestra relación de pareja. Padres que se preocupan por su felicidad conyugal modelan a sus hijos competencias interpersonales y les brindan mayor sentido de seguridad.
En este sentido asegúrense de no ceder ante la tentación de permitir que sus hijos duerman con ustedes y enséñenles a respetar su cuarto como su espacio privado.
Salga con su pareja – sin los niños – por lo menos una vez al mes. Estas salidas pueden ser tan sencillas como tomarse una gaseosa en la soda del barrio; la idea es salir de la casa y compartir un momento “de pareja”. Compartan un espacio de conversación en privado a diario – demuestren interés por el otro, compartan sus alegrías y penas, mas allá de la preocupación por los hijos. No involucren a sus hijos en los conflictos de pareja, ya que podría confundirlos y fomentarles miedos.
A nivel individual, no abandone sus propias necesidades y mantenga siempre una sana dosis de egoísmo, enseñándoles a sus hijos la importancia del amor propio y el autorrespeto. Acostúmbrese a tomarse un tiempo a solas todos los días – salir a caminar, escuchar música, leer o simplemente sentarse a contemplar el paisaje… esto es importante porque le ayuda a recargar energía y encontrar su estabilidad interna, para así poder abrirse a los demás. Fomente en sus hijos esta práctica – el tiempo a solas es necesario para la reflexión, la creatividad y la relajación.
Si tiene un sueño, no lo abandone “por mis hijos”… busque la manera de acomodarlo a su nueva situación, acérquese a ese sueño por etapas, pero no desestime su realización. Modele a sus hijos perseverancia, tenacidad y capacidad de superación, esto será de mayor beneficio para ellos que un sacrificio malentendido.
Saque tiempo para cultivar la amistad; desarrolle una rutina de llamadas telefónicas o correos para mantenerse en contacto con sus amigos y trate de coordinar encuentros o salidas con cierta periodicidad. Modele a sus hijos el valor de la amistad y competencias sociales; su propia dinámica social incidirá de manera importante en las habilidades sociales de sus hijos.
En pocas palabras: padres y madres felices reúnen las condiciones ideales para educar a sus hijos para la FELICIDAD.
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