Cada persona establece con la lectura una relación muy particular que puede estar caracterizada por el rechazo o el temor, o bien por la curiosidad y el placer. En todo caso: leer es un acto emotivo, mas allá de los procesos cognitivos que están implicados en él.
Históricamente, la lectura era un privilegio reservado a grupos selectos y no se enseñaba libremente. De la mano con la aparición de la escritura (los primeros jeroglíficos aparecen hace unos 5 000 años y los primeros alfabetos fonéticos hace 3 500 años, aproximadamente), la lectura estaba ligada a los grupos de poder: el clero y la realeza. Desde el establecimiento de la licencia previa de impresión en la diócesis de Metz en 1485, hasta el Index Librorum Prohibitum de la Sagrada Congregación de la Inquisición de la Iglesia Católica Romana en 1559, se documenta una aplicación sistemática de la censura literaria por la iglesia. También en la realeza, en la corte de Luis XV se publican ediciones censuradas, de autores clásicos que el rey autorizó a leer a su hijo, clasificadas como “ad adsum Delphini” (para uso del príncipe). En la época contemporánea encontramos sendos ejemplos de censura literaria o de prohibición absoluta de ciertas publicaciones en todas las dictaduras del planeta, restricciones que en algunos casos llevaron a la quema de libros, como se dio, por ejemplo, durante el III Reich, bajo la orden de Hitler. Todo esto nos indica que la lectura puede resultar peligrosa y amenazante para ciertos grupos, y podemos entonces concluir que el acto de leer tiene connotaciones filosóficas, sociales y políticas de hondo calado. La lectura puede llegar a ser de importancia vital para una persona, y convertirse en su sentido de vida: Sor Juana Inés de la Cruz se convierte en monja para poder saciar su sed intelectual mediante el acceso a la vasta biblioteca del convento; Jorge Luis Borges trabaja durante décadas en una pequeña oficina en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, por una mísera paga y con la vista desfalleciente, para leer cada uno de los textos allí guardados; el monje protagonista de la novela de Umberto Eco, El nombre de la rosa, pone en juego su propia vida para poder leer los “libros prohibidos” ... el deseo por leer puede convertirse en una obsesión, y la lectura puede provocar los mas intensos sentimientos.
La alfabetización del pueblo data del siglo XIX, cuando en Europa se inician las primeras campañas, entre las cuales las más exitosas fueron aquellas organizadas por los países de religión protestante, ya que en estos se considera un derecho fundamental del hombre el poder leer la Biblia.
Hoy en día, el aprendizaje de la lecto – escritura constituye la primer meta de la escolaridad obligatoria y ocupa, junto a la aritmética, la mayor cantidad de tiempo dentro de las aulas de Primer Grado.
Pero, ¿que es leer? Según Weaver (s.f.), se pueden plantear tres definiciones de “leer”:
- Saber pronunciar las palabras escritas
- Saber identificar las palabras y el significado de cada una de ellas.
- Saber extraer y comprender el significado de un texto.
La lectura carece de valor si se elimina su significado, ya que una persona que es capaz de pronunciar una serie de fonemas agrupados no obtiene “ganancia” de la lectura, y esta se vuelve un simple ejercicio fonético. Podemos afirmar que una persona que “sabe leer”, no solo domina la mecánica lectora, sino también su significado. No obstante, en la practica educativa nos encontramos con numerosos casos de alumnos y alumnas que reconocen el significado de las palabras que leen, pero son incapaces de extraer y comprender el significado del texto como un todo.
La lectura requiere de ciertas condiciones para que se pueda aprender. En primer lugar, el alumno debe estar en capacidad de percibir, con su vista, formas graficas. Además, su capacidad memorística debe permitirle retener formas vistas y reconocerlas posteriormente. Mediante la fonación debe estar en capacidad de articular oralmente las letras, silabas o palabras escritas. Esta fonación requiere de capacidad auditiva, ya que debe repetir lo que oye, y oírse a sí mismo repetirlo, con el fin de aprender la pronunciación de letras, silabas y palabras. Por ultimo, se requiere del funcionamiento de las áreas cerebrales responsables de la integración de lo percibido mediante los sentidos, para que todo adquiera significado y se culmine el proceso comprensivo.
Aparte de las condiciones físicas recién citadas, hay factores psicológicos y ambientales que incidirán considerablemente en el aprendizaje de la lectura.
La lectura es un conocimiento que debe ser construido, y todo conocimiento se construye sobre estructuras previamente elaboradas que sirven de base para estructuras nuevas. Desde un punto de vista constructivista del aprendizaje, para que este sea real debe tener significado para el aprendiz, de lo contrario, el aprendizaje no será exitoso. Así, cuando un niño aprende a leer, la mecánica implicada en el proceso no es tan relevante para él como el significado de la lectura en sí. La enseñanza de la lecto – escritura debe ir precedida de practicas que estimulen la comprensión de la capacidad transformadora inherente al acto de leer y escribir. Acercar a los niños desde los primeros años de vida a imágenes impresas, leerles en voz alta, permitirles manipular y experimentar con papel y lápices son algunas de las actividades que fomentan el aprendizaje de la lecto – escritura. No cabe duda de que un niño que observa la lectura en su hogar, porque es practica habitual entre padres y hermanos mayores, posee previo al aprendizaje de la misma las estructuras mentales que se derivan del modelaje.
Por lo tanto, cuando enseñamos a leer debemos crear las condiciones necesarias para que este aprendizaje sea significativo, y no atenernos rígidamente a un método o estrategia, sino desarrollar la sensibilidad necesaria para reconocer el abordaje pertinente en el grupo que estamos enseñando.
“Leer es una opción inteligente, difícil, exigente, pero gratificante. Nadie lee o estudia auténticamente si no asume frente al texto o al objeto de su curiosidad la forma critica de ser o de estar siendo sujeto de la curiosidad, sujeto de la lectura, sujeto del proceso de conocer en el que se encuentra. Leer es procurar o buscar la comprensión de lo leído; de ahí la importancia de su enseñanza... Es que enseñar a leer es comprometerse con una experiencia creativa alrededor de la comprensión.” Paulo Freire (1997)
Quizás sea el componente de la “gratificación” que, a menudo, queda olvidado en la enseñanza de la lectura. Hoy, mas que nunca, la lectura parece perder adeptos y, entre los jóvenes, debe competir con la tecnología del entretenimiento que suministra placer inmediato e instantáneo. La lectura, por ser “difícil y exigente” debe presentarse al aprendiz como una acción liberadora, una aventura y un placer. El aprendiz debe poder visualizar la gratificación que emana del aprendizaje de la lectura, y solo puede hacerlo si el instructor facilita su participación activa en este proceso. El maestro o maestra que enseña a leer y escribir debe ser creativo e inspirador, ya que su misión es preparar lectores auténticos, no decodificadores.
Mas adelante, cuando los alumnos ya dominan la lectura, se les debe seguir estimulando para que desarrollen hábitos lectores permanentes. Aquí es de vital importancia crear espacios para la lectura de textos que no están en el “temario” del curso, pero que despiertan el interés de los estudiantes. También es importante que se practique la lectura silenciosa, pero que siempre se ofrezcan oportunidades de escuchar lectura en voz alta, variando los escenarios lectores y las diferentes posibilidades de disfrute.
La enseñanza de la lectura es una labor de enorme importancia, y debe asumirse con toda la responsabilidad del caso. Formar lectores es formar seres humanos realizados, ya que la lectura es la herramienta esencial para poder lograr una comprensión de nosotros mismos y nuestro lugar en el mundo.
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